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Del suelo al cielo

Nuestro paraíso privado

Todo empezó (quizás deba decir terminó) en la paz total, en algo parecido al sueño, pero mucho menos concreto. Estábamos juntos en un cosquilleo tibio y placentero del cual nunca quisiéramos salir, sin recuerdos, ni dolores, ni pesares de ningún tipo. Lo único que importaba era que estábamos juntos. Era como nuestro paraíso privado. Sin saber cómo ni porqué, sentí que me arrancaron de tu lado como quien saca a un bebé del seno de su madre, y aunque en mi caso fue todo lo contrario, creo que cabe la comparación. Todo se materializó bruscamente; llegó el dolor del cuerpo junto con el terror de la muerte que me enfrió el pecho de repente. El dolor se fue tan rápido como llegó, pero el terror todavía era un zumbido que me hacía temblar. Mis ojos se abrieron y vi la vereda a centímetros de mi cara, alejándose lentamente. Una imagen se apoderó de mi atención sin que pudiera poner resistencia. Te vi... te vi como en un recuerdo, con una palidez que nunca tuviste, con la paz que sólo la muerte puede imprimir. Tu imagen se empezó a distorsionar por mis lágrimas. Fue en ese momento que tu recuerdo me abandonó y de repente volví a ver la vereda, esta vez a un par de metros de distancia. Este hecho corroboró dos cosas; estaba volando, y por consiguiente, esto debería tratarse de un sueño. Pero algo me decía que no era un sueño cualquiera; no tenía control alguno sobre mis movimientos o mis emociones, ni siquiera sobre mis pensamientos. Era como si estuviese reviviendo algo que nunca viví, como si estuviera en un prolongado déjà vu. Me seguía elevando lentamente sin siquiera saber dónde me dirigía. Mis recuerdos otra vez se impusieron con voluntad propia, esta vez te vi más joven.     Me mirabas impaciente por el mate entre el vapor de la pava que nos separaba todas las madrugadas, y yo tragaba la infusión caliente quemándome el paladar para devolvértelo rápido, o quizás porque no soportaba la intensidad de tus ojos. El olor a yerba, las indispensables noticias que diariamente ignorábamos, la penumbra de nuestra sala naranja que se desvanecía sin que nos diésemos cuenta; rutina matutina que celosamente cuidábamos. Mi conciencia vuelve a los sentidos externos y veo que me encuentro a más de diez metros de altura, todavía en lento ascenso. Hay gente que me mira desde la vereda agarrándose la cabeza, pero sus caras no son de asombro sino de lástima. Me miran con pena. Me miran sin querer mirarme, sin querer ver lo que ya saben que me está por pasar. Me gustaría preguntarles algo, que me ayuden a entender lo que pasa, pero es inútil ya que sigo sin poder mover ni un sólo músculo. Sigo subiendo suavemente como un globo que se fuga sin rumbo. Te vuelvo a ver, ahora sosteniendo la cuchara de madera en frente de mi boca. Tenías tu sonrisa cómplice de medio lado, que era un presagio seguro de lo bien que sabía tu salsa. Te encantaba hacer salsas, pero odiabas seguir recetas, las cocinabas probando. Eso le agregaba algo de sorpresa, y también la nostalgia de saber que no habría otra que supiera igual. Tenías un olfato increíble, que me delataba cuando comía los jalapeños que tanto me gustaban pero que tan mal me caían. Bastaba respirar cerca tuyo para recibir un “después no te quejes”; y cuando por la noche me quejaba, nunca me dijiste “te lo dije”. En cambio, me mirabas con los mismos ojos que horas antes se clavaban juiciosos, pero ahora tenían un poder distinto, lo curaban todo. Divagando en placenteros recuerdos remotos volví a mi vuelo en ascenso. La gente en la calle se veía más pequeña y parecían estar gritándome, pero no los podía escuchar. Creí ver un perro que caminaba entre la gente, pero curiosamente caminaba hacia atrás. La gente no pareció sorprenderse, pero me imagino que después de ver a un hombre volando, un perro caminando hacia atrás no era la gran cosa. Cuando llegué a la altura de la terraza, mi ascenso terminó y mis pies se plantaron en la cornisa. <<Me voy a despertar>>pensé, pero no.
    A continuación, yo, al igual que el perro, comencé a caminar hacia atrás. Seguí retrocediendo sin dejar de mirar la cornisa. Entré de espaldas a las escaleras y comencé a bajar marcha atrás con una facilidad sorprendente. Bajé dos pisos y entré en el corredor. Seguí mi marcha en retroceso hasta entrar en nuestro departamento. Recorrí la habitación con la mirada mientras me dirigía rumbo a nuestra habitación. Miré las cosas de una forma distinta, como si fuera la última vez que las fuera a ver. Cuando entré a la habitación noté por primera vez que me encontraba en pijamas, pero no me importó, este sueño era tan descabellado que hasta hacía sentido mi atuendo. Algo me dijo que estaba a punto de llegar al final. Me senté en la cama dándote la espalda y sentí mis manos húmedas. Me las llevé a la cara y la humedad se traspasó casi mágicamente a mis mejillas. Sentí lágrimas subiendo por mi cara hasta perderse dentro de mis ojos. Hice una plegaria (cosa que me extrañó aun más por mi condición de ateo) en la que le pedí a Dios que me mostrara los pasos a seguir el día que no te tuviera. Me acosté y te miré; entonces te vi como en el recuerdo...con la paz de la muerte instalada en tu cara pálida. Cerré los ojos, olvidé por completo tu muerte y por un instante perdí la conciencia. Repentinamente sentí que todo el universo se detuvo...y ahí fue cuando Dios me habló. No lo vi, pero por alguna razón su voz me pareció inconfundible. Me dijo: “Tu plegaria fue cumplida”. Seguidamente, todo comenzó a moverse, esta vez en el sentido correcto. A pesar de saber que al abrir mis ojos te encontraría muerta a mi lado, me regocijó la certeza de también saber que volveríamos a estar juntos en la comodidad tibia y absoluta de nuestro paraíso privado. 

Mis Cuentos: About

Vuelos Nocturnos

Pesadillas de la dictadura

Tenían el pecho helado más por miedo que por el frío de las alturas. Por sus frentes rodaba una idéntica gota fría de sudor, que la ráfaga de la ventanilla volvía casi horizontal. Los dos tragaban en seco con el corazón en la boca. Estas congruencias hacían más borrosas las fronteras de la razón y confundían las identidades. El ruido del motor se mesclaba con la vibración de la turbulencia y hacían castañar sus muelas apretadas. Eran polos opuestos que se atraían y rechazaban al mismo tiempo, compartían también la misma confusión, como dos rivales que se encuentran en el suelo tras romperse la cuerda de la cual jalaban. Trataban de ignorar su suerte ya resuelta, pero eran conscientes de la inminente fatalidad. En los próximos instantes, aunque de forma diferente, ambos cambiarían para siempre. Uno sería asesinado y el otro se convertiría en asesino. Los dos quisieran cambiar su destino, pero ambos eran rehenes de esta horrible escena. En sus pesadillas se repetían esta escena soñando ser el otro, con los roles intercambiados. Uno se soñaba joven y subversivo, lleno de vida e inexperiencia; el otro se soñaba más maduro, aburrido de su vida, pero conforme con su seguridad. Uno, en sus sueños, pecaba de ignorante y disfrutaba su estado de perpetuo aprendiz; mientras que el otro, por su lado, se enorgullecía de saber su monótono futuro. El militar y el estudiante realizaban su primer y su último vuelo respectivamente. Ambos trataban de disimular su temor queriendo cumplir con las expectativas de sus papeles; uno rebelde, y el otro obediente. La maldita luz roja se encendió apagando definitivamente la esperanza de un milagroso cambio de órdenes. La pesadilla de sus finales se volvía cada vez más real. Se abrió la puerta lateral del avión y el viento helado empató el frío que sentían por dentro. La abundancia del aire los sofocaba, los ahogaba como la usencia del mismo en el fondo del mar, donde uno de los dos dormiría para siempre. El tiempo se comportaba como en los sueños, algunas veces hacía eternos los segundos, otras tantas saltaba las horas.  
            Seguidamente un cuerpo caía al vacío, pero ¿cuál de los dos era, el militar soñando o el estudiante muriendo? El militar confundido, al ver el cuerpo cayendo, temió ser él el estudiante que soñaba ser su propio asesino. Había una sola solución para cambiar el injusto final de este sueño (o realidad.) Un instante después, tras un acto de valentía mesclado con confusión, eran dos los cuerpos cayendo al mar; ya no importaba mucho cual era cual.                

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